Enero de 2010. Roma, la ciudad más alegre de Europa en las Navidades y Año Nuevo
a pesar de los días lluviosos. En la escalera de la mítica Plaza de España, un coro canta bajo la lluvia las canciones que mejor permiten conocer esta ciudad, entre ellas "Arrivederci Roma"...
Pero Roma verdaderamente no se recorre del todo si además de visitar el Coliseo, la Domus Aúrea -ahora con peligro de roturas-, el Panteón, el monumento a Víctor Manuel, la Piazza Navona, la Fontana de Trevi, el castillo de Sant'Angello o las pinturas de Caravaggio en la iglesia de San Luis de los franceses -entre tantos lugares que la convierten en un museo al aire libre-, no se visita ese otro Estado que conforma el Vaticano. Todo ello constituye un espacio religioso y profano unificado por Bernini en una urbe de imagen fundamentalmente barroca y convertida por ello en la ciudad de su artífice más reciente, al decir de Huegues: la del propio Bernini.
En los Museos Vaticanos, La Capilla Sixtina -con las pinturas de Miguel Ángel-, Las Stanzas de la Signatura -con las pinturas de Rafael-, o los ángeles músicos de Melozzo da Forli, resultan un lugar obligado y de culto dentro de aquel imponente recinto. En ellas se concentra el grueso de las personas que acceden a estos museos y, una vez delante de las escenas que Vasari denominó despectivamente como "lupanar", uno se pregunta por qué -a pesar de haber transcurrido casi quinientos años desde que fueron pintadas por Miguel Ángel -cientos de personas se sientan delante del Juicio Final y debajo de La Creación y las sibilas, durante tantas horas, aun siendo algunas escenas de violencia, de desesperación y de castigo... Evidentemente todavía, son obras que despiertan asombro, desasociego y curiosidad. Son pinturas cercanas a los hombres actuales porque también representan estados de ánimo connaturales a la gente de hoy: inseguridad, caos, agitación y desgracia, representativos de un mundo en perenne desorden que necesita curiosamente del orden y, al mismo tiempo, de la libertad.
Comencé a verlas en sombras un día de lluvia, pero salió el sol y las iluminó a través de los cristales, transformándolas en escenas llenas de luz.
La respuesta a las múltiples sensaciones que estas obras provocan la tiene Emerson cuando, aludiendo a las reacciones humanas, afirmó: "Todo son adivinanzas y la clave de una adivinanza es otra adivinanza."
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